martes, 10 de enero de 2012

ULTIMAS NOTICIAS DE LA UTOPÍA

(...)Albert pertenece a la tradición libertaria en el sentido más amplio 2 , pero elaboró un esquema alternativo de sociedad aun más detallado que el de Chomsky, que rompe a la vez con el capitalismo (rechaza de entrada la regulación por el mercado) y con el socialismo (que inevitablemente generaría  una vanguardia antidemocrática y una clase de "coordinadores).






La economía participativa
Desarrollado hace unos quince años con Robin Hahnel, el proyecto de "economía participativa" (participatory economy o Parecon en inglés, Ecopar o participalisme en francés) fue el hilo conductor de los cinco días del seminario. Aunque los libros de Albert fueron traducidos en numerosos países, su impacto es demasiado modesto como para que resulte superflua una explicación, aunque sea sucinta, de su programa, su "utopía" 3.
Aunque "igualitaria", "solidaria" y "autogestionada", la economía participativa no reclama una igualdad absoluta de salarios y, menos aun, el principio -considerado irrealista- de "a cada cual según sus necesidades". Sus criterios de remuneración son "el esfuerzo y el sacrificio" en la "producción de bienes socialmente útiles". Por lo tanto, quien trabaje más, más intensamente y en las condiciones más difíciles, recibirá más. En cambio, quienes por suerte o por herencia dispongan de máquinas y de tecnologías más avanzadas, o de dones artísticos, físicos o intelectuales, no serán mejor remunerados que los demás.
La economía participativa aborrece la organización social que asigna tareas de ejecución, de limpieza o de secretariado a unos y que reserva las misiones de jefatura, de dirección y de creación a otros, y combate el modelo industrial nacido de la especialización fordista. Si en los países capitalistas, al igual que en los países "socialistas" (stajanovismo), ese modelo desarrolla de manera impetuosa la productividad, es a expensas de una organización del trabajo tan alienante y "tediosa" como la de una cadena de montaje de automóviles. Además según Albert  fomenta la emergencia de una tercera "clase", la de los "coordinadores", cuya aparición habría contradicho el esquema marxista según el cual la sociedad tiene como dialéctica principal la oposición entre los poseedores del capital y los que venden su fuerza de trabajo.
Preocupados por evitar cualquier vestigio o cualquier posibilidad de retorno, una vez que la euforia revolucionaria se haya disipado de esos especialistas, directivos y tecnócratas, de su desdén social y de su autoritarismo legitimado en su "capacidad", los "participalistas" proponen que en cada oficio se redefina el conjunto de las tareas, de manera tal que permita mezclar misiones de ejecución y de concepción. Ésa sería la única manera aceptable de distribuir las ventajas y las obligaciones del trabajo social. ¿Eso significa que el patrón de General Electric deberá de vez en cuando limpiar el ascensor o recibir el correo, mientras que la empleada de limpieza verificaría las cuentas? No, ya que no habrá más, ni en General Electric ni en otras empresas, ni "patrón" ni "empleada de limpieza", sino actores igualitarios de "conjuntos equilibrados de tareas" (balanced job complexes) concebidos y calculados a través de negociaciones o conversaciones.(....)
Aun suponiendo que el principio clave de la economía participativa no sea cuestionado, se plantea una larga serie de interrogantes. ¿Quién establece la remuneración al esfuerzo y al sacrificio? ¿Quién reorganiza el trabajo a partir de los llamados "conjuntos equilibrados de tareas"? ¿Quién decide el nivel y el tipo de la oferta (la producción)? ¿Y cómo habrá de preverse lo que reclamará la demanda (los consumidores)? Respuesta: la "planificación participativa" se ocupará de todo lo que antes decidía el mercado (injusto y fuente de despilfarro) y los coordinadores centrales (presuntamente autoritarios). Supongamos que así sea, pero ¿de qué -y de quién- se trata concretamente? Pues de "consejos imbricados" (nested councils), de múltiples actores sociales entremezclados, cada uno de los cuales tiene derecho a opinar en proporción a las consecuencias que las decisiones tendrán sobre ellos mismos; todos con acceso a una información de calidad, formados, confiados en sus aptitudes y motivados para desarrollar, comunicar y expresar sus preferencias.
Ambicioso programa, que postula la existencia de condiciones previas, relativas a la vez al conocimiento compartido, a la conciencia política, a la motivación y a la información democrática. No es de extrañar que esta visión de conjunto haya despertado dudas, a veces desdeñosas, y reiterados pedidos de precisiones 4. Uno de los objetivos del seminario organizado por Albert era probablemente dar más crédito a su modelo, sugiriendo ejemplos que de cerca o (más a menudo) de lejos evocaran el tipo de estructura autogestionada descripta más arriba.(....)

Ausencia de estructuras

Un participante argentino, Ezequiel Adamovsky, que había tomado parte en el levantamiento popular de Buenos Aires en diciembre de 2001, llegó a la siguiente conclusión: "Los movimientos que rechazan todo contacto con la política nacional son incapaces de establecer lazos con la mayoría de la sociedad. Pues lo que proponemos no es visto entonces como preferible, realizable. Las reglas y las instituciones que organizan la opresión son también las que organizan la vida social". En consecuencia, a su entender, es importante poder responder a la pregunta "¿Y ustedes qué proponen?". No pasar todo el tiempo repitiendo que la pobreza y el racismo existen y que eso no está bien, que la victoria sobre el sistema es posible. También es necesario dejar de creer que del caos habrá de surgir un orden espontáneo y precisar cómo y por quiénes serán retomadas las propuestas que se presentan. Sin dudas, los partidos políticos tratarán de colonizar los movimientos sociales para imponerles sus valores jerárquicos y autoritarios. Pero eso no debería hacer olvidar que demasiado a menudo en la vereda opuesta existe la... "tiranía de la falta de estructuras".
Ese mensaje, que en medio de semejante asamblea hubiera podido pasar por iconoclasta, prácticamente no generó reacciones. Seguramente porque al cabo de una década, la retórica de las soluciones parciales, de la red de comunidades, de "cambiar el mundo sin tomar el poder", empieza a cansar 6. Demasiadas palabras, demasiado "narcisismo anti-autoritario" 7, demasiada mediatización, pero muy poco efecto sobre un capitalismo siempre talentoso en el arte de recuperar todo lo que no lo amenaza frontalmente 8.
Ese cansancio -o esa lucidez- ya se percibe en algunos ecologistas europeos. Uno de los miembros del Movimiento Francés por el Decrecimiento, Vincent Cheynet, acaba de reprender severamente a algunos de sus compañeros: "A pesar de irritar, el mensaje de la simplicidad voluntaria (...) puede transformarse rápidamente en un acompañamiento y hasta en una legitimación del ultraliberalismo, cuyos propagandistas verán allí la prueba de que ese sistema permite a cada cual vivir como se lo proponga. Pensemos, por ejemplo, en la importancia de la comunidad amish de Estados Unidos: unas 250.000 personas viven sin automóviles, ni televisión, ni teléfonos celulares. Sin embargo, esa comunidad protestante no parece haber contrariado la expansión del modelo de consumo del país. (...) La máscara del ‘espíritu libertario' es entonces empleada, en contradicción con su contenido histórico, para defender un individualismo a ultranza y una profunda incapacidad para pensar lo colectivo. El ultraliberalismo generó verdaderos niños-soldados, no sólo en las multinacionales, sino también en el corazón de su oposición" 9.(....)
Implicados en una multitud de combates inmediatos y muy concretos -sindicalismo británico, pacifismo estadounidense, altermundialismo europeo, programas libres para computadoras, solidaridad con Venezuela, defensa de los derechos de las mujeres afganas, etc.-, los seminaristas reunidos por Michael Albert podían estimar las dificultades concretas de esas actividades. No eran ni ingenuos ni satisfechos de sí mismos. Además sabían que, incluso "después del capitalismo", en una hipotética sociedad sin clases, muchos temas seguirán sin encontrar una respuesta evidente: el derecho de los niños, la legalización de las drogas, la pornografía, la prostitución, la libertad religiosa cuando contradice la igualdad de género, la asignación de recursos médicos onerosos como los de transplantes cardíacos, el trato a los animales, la clonación, la eutanasia... 11.
Precisamente -explica el escritor quebequense Norman Baillargeon- "la anarquía es la posibilidad de organizar una sociedad muy compleja con un mínimo de autoridad". Su camarada serbio Andrej Grubacic está convencido: "La era de las revoluciones no terminó. Y el movimiento revolucionario del siglo XXI no será socialista sino anarquista". Grubacic dice inspirarse en la economía participativa, "visión económica anarquista por excelencia", en las "municipalidades autónomas de Chiapas", y en "la búsqueda de consenso de los cuáqueros estadounidenses". Pero, en su opinión, los mayores reclutadores de anarquistas en países como Estados Unidos, "fueron escritoras feministas de ciencia ficción como Starhawk o Ursula K. LeGuin".
En definitiva, existen tantos tipos de anarquía como de anarquistas. Algunos se identifican con socialistas pre-marxistas como Charles Fourier o Robert Owen, que no olvidaban nunca que las cacerolas del futuro también se calientan con el fuego de los sueños. En 1949, un pensador de derechas mostró a su pequeña cohorte de evangelistas del mercado, "el coraje de ser utópicos" de aquellos socialistas. Friedrich Hayek (1899-1992), teórico del liberalismo, escribió por entonces: "Lo que nos hace falta es una utopía liberal que no se limite a lo que hoy en día parece políticamente posible". Basta cambiar un adjetivo para ver que la frase es de plena actualidad


autor: Serge Halimi
De Le Monde Diplomatique edición española (P:17,18,19) Agosto 2006 Nº 130



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