Después de haber sobrevivido –el pasado 21 de diciembre– al anunciado fin del
mundo, nos queda ahora tratar de prever –con razonamientos prudentes pero más
cartesianos– nuestro futuro inmediato, basándonos en los principios de la
geopolítica, una disciplina que permite comprender el juego general de las
potencias y evaluar los principales riesgos y peligros. Para anticipar, como en
unos tableros de ajedrez, los movimientos de cada potencial adversario.
Si contemplamos, en este principio de año, un mapa del planeta,
inmediatamente observamos varios puntos con luces rojas encendidas. Cuatro de
ellos presentan altos niveles de peligro: Europa, América Latina, Oriente
Próximo y Asia.
En la Unión Europea (UE), el año 2013 será el peor desde que empezó la
crisis. La austeridad como credo único y los hachazos al Estado de bienestar
continuarán porque así lo exige Alemania que, por primera vez en la historia,
domina Europa y la dirige con mano de hierro. Berlín no aceptará ningún cambio
hasta los comicios del próximo 22 de septiembre en los que la canciller Angela
Merkel podría ser elegida para un tercer mandato.
En España, las tensiones políticas aumentarán a medida que la Generalitat de
Catalunya vaya precisando los términos de la consulta a los catalanes sobre el
futuro de esa comunidad autónoma. Proceso que, desde Euskadi, los nacionalistas
vascos seguirán con el mayor interés. En cuanto a la situación de la economía,
ya pésima, va a depender de lo que ocurra... en Italia en las próximas
elecciones (el 24 de febrero). Y de las reacciones de los mercados ante una
eventual victoria de los amigos del conservador Mario Monti (que cuenta con el
apoyo de Berlín y del Vaticano) o del candidato de centroizquierda Pier Luigi
Bersani, mejor colocado en las encuestas. También dependerá de las condiciones
(sin duda brutales) que exigirá Bruselas por el rescate que Mariano Rajoy
acabará pidiendo. Sin hablar de las protestas que siguen extendiéndose como
reguero de gasolina y que acabarán por dar con algún fósforo encendido...
Podrían producirse explosiones en cualquiera de las sociedades de la Europa del
sur (Grecia, Portugal, Italia, España) exasperadas por los matraqueos sociales
permanentes. La UE no saldrá del túnel en 2013, y todo podría empeorar si,
además, los mercados decidieran cebarse (como los neoliberales les están
incitando a hacerlo) (1) con la Francia del muy moderado socialista François
Hollande.
En América Latina, el año 2013 también está lleno de desafíos. En primer
lugar en Venezuela, país que desde 1999 representa un papel motor en los cambios
progresistas de todo el subcontinente. La imprevista recaída del presidente Hugo
Chávez –reelegido el pasado 7 de octubre– crea incertidumbre. Aunque el
dirigente se está restableciendo de su nueva operación contra el cáncer, no
pueden descartarse nuevas elecciones presidenciales en febrero próximo.
Designado por Chávez, el candidato de la revolución bolivariana sería el actual
vicepresidente (equivalente a primer ministro) Nicolás Maduro, un líder muy
sólido con todas las cualidades, humanas y políticas, para imponerse.
También habrá elecciones, el 17 de febrero, en Ecuador: la reelección del
presidente Rafael Correa, otro dirigente latinoamericano fundamental, ofrece
pocas dudas. Importantes comicios asimismo, el 10 de noviembre, en Honduras
donde, el 28 de junio de 2009, fue derrocado Manuel Zelaya. Su sucesor, Porfirio
Lobo, no puede postularse para un segundo mandato consecutivo. En cambio, el
Tribunal Supremo Electoral ha autorizado la inscripción del partido Libertad y
Refundación (LIBRE), liderado por el ex presidente Zelaya, que presenta, como
candidata, a su esposa y ex primera dama, Xiomara Castro. Importantes elecciones
igualmente en Chile, el 17 de noviembre. Aquí, la impopularidad actual del
presidente conservador Sebastián Piñera ofrece posibilidades de victoria a la
socialista Michelle Bachelet.
La atención internacional también se fijará en Cuba. Por dos razones. Porque
continúan en La Habana las conversaciones entre el Gobierno colombiano y los
insurgentes de las FARC para tratar de poner fin al último conflicto armado de
América Latina. Y porque se esperan decisiones de Washington. En los comicios
estadounidenses del pasado 6 de noviembre, Barack Obama ganó en Florida; obtuvo
el 75% del voto hispano y –muy importante– el 53% del voto cubano. Unos
resultados que le dan al Presidente, en su último mandato, un amplio margen de
maniobra para avanzar hacia el fin del bloqueo económico y comercial de la isla.
Donde nada parece avanzar es, una vez más, en el Cercano Oriente. Ahí se
encuentra el actual foco perturbador del mundo. Las revueltas de la “primavera
árabe” consiguieron derrocar a varios dictadores locales: Ben Alí en Túnez,
Mubarak en Egipto, Gadafi en Libia y Saleh en Yemen. Pero las elecciones libres
permitieron que partidos islamistas de corte reaccionario (Hermanos Musulmanes)
acaparasen el poder. Ahora quieren, como lo estamos viendo en Egipto,
conservarlo a toda costa. Para consternación de la población laica que, por
haber sido la primera en sublevarse, se niega a aceptar esa nueva forma de
autoritarismo. Idéntico problema en Túnez.
Después de haber seguido con interés las explosiones de libertad de la
primavera 2011 en esta región, las sociedades europeas se están de nuevo
desinteresando de lo que allí ocurre. Por demasiado complicado. Un ejemplo: la
inextricable guerra civil en Siria. Ahí, lo que está claro es que las grandes
potencias occidentales (Estados Unidos, Reino Unido, Francia), aliadas a Arabia
Saudí, Qatar y Turquía, han decidido apoyar (con dinero, armas e instructores) a
la insurgencia islamista suní. Ésta, en los diferentes frentes, no cesa de ganar
terreno. ¿Cuánto tiempo resistirá el Gobierno de Bachar El Asad? Su suerte
parece echada. Rusia y China, sus aliados diplomáticos, no darán luz verde en la
ONU a un ataque de la OTAN como en Libia en 2011. Pero tanto Moscú como Pekín
consideran que la situación del régimen de Damasco es militarmente irreversible,
y han empezado a negociar con Washington una salida al conflicto que preserve
sus intereses.
Frente al “eje chií” (Hezbolá libanés, Siria, Irán), Estados Unidos ha
constituido en esa región un amplio “eje suní” (desde Turquía y Arabia Saudí
hasta Marruecos pasando por El Cairo, Trípoli y Túnez). Objetivo: derrocar a
Bachar El Asad –y despojar así a Teherán de su gran aliado regional– antes de la
próxima primavera. ¿Por qué? Porque el 14 de junio tienen lugar, en Irán, las
elecciones presidenciales (2). A las cuales Mahmud Ahmadinejad, el actual
mandatario, no puede presentarse pues la Constitución no permite ejercer más de
dos mandatos. O sea que, durante el próximo semestre, Irán se hallará immerso en
violentas pugnas electorales entre los partidarios de una línea dura frente a
Washington y los que defienden la vía de la negociación.
Frente a esa situación iraní de cierto desgobierno, Israel en cambio estará
en orden de marcha para un eventual ataque contra las instalaciones nucleares
persas (3). En el Estado judío, en efecto, las elecciones generales del 22 de
enero verán probablemente la victoria de la coalición ultraconservadora que
reforzará al primer ministro Benjamín Netanyahu, partidario de bombardear cuanto
antes Irán.
Ese ataque no puede llevarse a cabo sin la participación militar de Estados
Unidos. ¿Lo aceptará Washington? Es poco probable. Barack Obama, que toma
posesión el 21 de enero, se siente más seguro después de su reelección. Sabe que
la inmensa mayoría de la opinión pública estadounidense (4) no desea más
guerras. El frente de Afganistán sigue abierto. El de Siria también. Y otro
podría abrirse en el norte de Malí. El nuevo secretario de Estado, John Kerry,
tendrá la delicada misión de calmar al aliado israelí.
Entretanto Obama mira hacia Asia, zona prioritaria desde que Washington
decidió la reorientación estratégica de su política exterior. Estados Unidos
trata de frenar allí la expansión de China cercándola de bases militares y
apoyándose en sus socios tradicionales: Japón, Corea del Sur, Taiwán. Es
significativo que el primer viaje de Barack Obama, depués de su reelección el
pasado 6 de noviembre, haya sido a Birmania, Camboya y Tailandia, tres Estados
de la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia (ASEAN). Una organización que
reúne a los aliados de Washington en la región y la mayoría de cuyos miembros
tienen problemas de límites marítimos con Pekín.
Los mares de China, que designará a Xi Jinping presidente en marzo próximo,
se han convertido en las zonas de mayor potencial de conflicto armado del área
Asia-Pacífico. Las tensiones de Pekín con Tokio, a propósito de la soberanía de
las islas Senkaku (Diaoyú para los chinos), podrían agravarse después de la
victoria electoral, el pasado 16 de diciembre, del Partido Liberal-Demócrata
(PLD) cuyo líder y nuevo primer ministro, Shinzo Abe, es un “halcón”
nacionalista, conocido por sus críticas hacia China. También la disputa con
Vietnam sobre la propiedad de las islas Spratley está subiendo peligrosamente de
tono. Sobre todo después de que las autoridades vietnamitas colocaran
oficialmente, en junio pasado, el archipiélago bajo su soberanía.
China está modernizando a toda marcha su Armada. El pasado 25 de septiembre
lanzó su primer portaaviones, el Liaoning, con la intención de intimidar
a sus vecinos. Pekín soporta cada vez menos la presencia militar de Estados
Unidos en Asia. Entre los dos gigantes, se está instalando una peligrosa
“desconfianza estratégica” (5) que, sin lugar a dudas, va a marcar la política
internacional del siglo XXI.
Notas:
(1) Léase el dossier “France and the euro. The time-bomb at the heart of
Europe”, The Economist, Londres, 17 de noviembre de 2012.
(2) En Irán, el presidente no es el jefe de Estado. El jefe de Estado es el
Guía Supremo, elegido de por vida, y cuya función ejerce actualmente Alí
Jamenei.
(3) Léase, Ignacio Ramonet, “El año de todos los peligros”, Le Monde
diplomatique en español, febrero 2012.
(4) The New York Times, Nueva York, 12 de noviembre de 2012.
(5) Léase Wang Jisi y Kenneth G. Lieberthal, “Adressing U.S.-China Strategic
Distrust”, Brookings Institution, 30 de marzo de 2012. www.brookings.edu/research/ papers/2012/03/30-us-china- lieberthal
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