"...El régimen de Pinochet degradó moralmente la vida de todos los chilenos, borrando los límites entre lo que pudiera entenderse como aceptable o bueno y lo aberrante o malo. Este es el único modo en que los gobiernos y organizaciones criminales pueden actuar impunemente en el seno de una sociedad..."
1.- “Exterminados como
ratones”
La quema de libros en diversas esquinas de la capital así como el control
total de la prensa impresa, el bombardeo de estaciones de radio y el control de
la televisión señalaba la voluntad de la junta militar por acallar toda crítica
ante la ignominia que se estaba cometiendo. Mientras miles de chilenos eran
llevados a estadios convertidos en campos de concentración y tortura, muchos de
ellos eran ejecutados sin que mediara ningún proceso judicial. La barbarie se
había entronizado en todo el país. La casa de Pablo Neruda, premio Nobel de
literatura, fue asaltada, mientras el poeta agonizaba y moría en extrañas
circunstancias en una clínica de Santiago. Víctor Jara había sido acribillado en
el Estadio Chile y su cuerpo despedazado con signos de tortura lanzado en las
afueras de la ciudad. Un manto de mentiras, silencios y censuras cubrió como una
nube tóxica todo el territorio nacional. Los principales medios afines al
naciente régimen dictatorial y que habían sido parte de una larga conspiración –
Canal 13 de televisión y la cadena El Mercurio - celebraban el
triunfo como propio: “Exterminados como ratones”
Todo régimen autoritario convierte, invariablemente, los medios de
comunicación en instrumentos de propaganda política. Con este propósito
legitima e institucionaliza el control y la censura de todos los medios y de
obras culturales. En el Chile de Pinochet, la institución encargada de vigilar y
castigar las voces críticas se llamó Dirección Nacional de Comunicación Social
(DINACOS). Aunque en lo formal DINACOS era una dependencia del Ministerio
Secretaría General de Gobierno que funcionó hasta el último día de la dictadura,
en los hechos resultaba ser una extensión de la misma policía secreta del
régimen a cargo del Mamo Contreras. Desde allí el “anti periodismo”
pinochetista examinaba toda publicación impresa, medios radiofónicos y
televisivos, así como toda forma de expresión cultural. La dictadura cubría las
operaciones de la DINA, convirtiendo asesinatos de ciudadanos en presuntos
enfrentamientos de terroristas y la desaparición de personas en triviales casos
policiales, con la complicidad de los tribunales.
El control de la información durante la dictadura militar tuvo, por lo menos,
tres ejes. En primer término, se legitimó el actuar de las fuerzas represivas en
nombre de “la amenaza marxista” bajo la tesis pinochetista de la
“Guerra Interna”, inspirada en la “Doctrina de la “Seguridad
Nacional” elaborada por los intelectuales del Pentágono para todos
los ejércitos latinoamericanos. En segundo lugar, se promovió con fuerza una
“despolitización” de la población, reprimiendo todo germen de
organización popular en todos sus niveles. Para ello los medios saturaban los
noticieros con distractores como el futbol, los juegos de azar, la farándula
local y el “entertainment” Por último, se aisló al país de la
contingencia internacional, silenciando la visión crítica hacia la dictadura
chilena que prevalecía en organismos internacionales y gobiernos de todo el
orbe.
2.- La voz de los ochenta
El resultado de esta estrategia de dominación redundó en lo que en aquellos
años se llamó “apagón cultural” Una población domesticada en el miedo, la
despolitización y, en muchos casos, en la ignorancia de toda referencia a su
pasado inmediato. Una cultura en que el interés individual estaba por sobre
cualquier interés colectivo. Un régimen policial que se eternizaba con un
“toque de queda” y que proporcionaba, en el mejor de los casos, empleos mal
pagados y precarios era el caldo de cultivo para que prácticas deleznables como
la denuncia y el “soplonaje” fuesen parte de la vida cotidiana. El
régimen de Pinochet degradó moralmente la vida de todos los chilenos, borrando
los límites entre lo que pudiera entenderse como aceptable o bueno y lo
aberrante o malo. Este es el único modo en que los gobiernos y organizaciones
criminales pueden actuar impunemente en el seno de una sociedad.
No obstante, una soterrada resistencia lograba romper el cerco informativo
dictatorial y difundir algunas de las atrocidades que se cometían. Así,
“Radio Chilena AM”, un medio ligado a la Iglesia, y más tarde “Radio
Cooperativa” se convirtieron en las voces opositoras y de manera mucho más
clandestina las radios de onda corta como “Radio Moscú”, con su clásico
programa “Escucha Chile” La aparición de la “cassette” permitió
que gran parte de la “música prohibida” pudiera circular en diferentes
espacios juveniles, creando una cultura de resistencia. La “generación de los
ochenta” fue el germen de una ola que culminaría con el triunfo del
“No”, algunos años más tarde.
Las nuevas generaciones no solo reciclaron los viejos cantos de Víctor
Jara, Violeta Parra o Quilapayún sino que sumaron nuevas formas de
expresión cultural más próximas al Rock. Este movimiento que tuvo su
epicentro en el llamado Rock argentino, tuvo sus representantes
nacionales en “Los Prisioneros” que se convirtieron en la “voz de los
ochenta” y verdaderos portavoces del malestar juvenil frente a una dictadura
oprobiosa. En un mundo en que la actividad política explícita estaba interdicta,
el ámbito cultural se convirtió en espacio privilegiado para la resistencia. Los
grupos musicales que continuaban la tradición del neofolcklore, Illapu,
Ortiga, y aquellos grupos de raigambre rockera. Pero también
estaba la actividad teatral, la poesía y la literatura. Escritores como Ramón
Díaz Eterovic, Pía Barros o Carlos Franz y dramaturgos de la talla de Luis
Rivano, Juan Radrigán, Gregory Cohen testimonian esta tradición ochentera hasta
hoy. La actividad cultural de aquella década anunció de algún modo el ocaso de
un mundo represivo que aspiraba a perpetuarse en el poder.
3.- La cultura del exilio
La dictadura de Pinochet tuvo como consecuencia casi inmediata la expulsión o
deportación de muchos chilenos a tierras extranjeras. Muchos de entre ellos
tuvieron que abandonar el país porque la junta militar los expulsó, otros
tuvieron que marchar por la imposibilidad de sobrevivir a las nuevas condiciones
creadas por el régimen. La diáspora chilena de estos primero tiempos de exilio
fue, en lo fundamental, política. Los países de Europa y América Latina se
mostraron especialmente generosos como tierras de asilo.
Contra el lugar común difundido por la dictadura, en lo principal y para la
mayoría no se trató de un “exilio dorado”, por el contrario, fue el
desarraigo obligado, prolongado y, muchas veces, doloroso de miles de
compatriotas que debieron abandonar familias en su tierra natal. La creatividad
de muchos de ellos, empero, pudo superar la adversidad y dar valiosos frutos
para nuestra cultura nacional. Escritores, cineastas, grupos musicales,
aportaron sus capacidades intelectuales y artísticas en innumerables actividades
solidarias hacia un Chile sufriente. No era raro encontrar en las grandes
ciudades del mundo a argentinos, uruguayos y chilenos compartiendo el infortunio
del destierro. Revistas chilenas en el exilio, tales como Creación y Crítica,
Araucaria, América Joven han quedado como parte de nuestra historia
cultural, lo mismo las cintas de Raúl Ruiz o los trabajos musicales de Inti
Illimani y Quilapayún, e innumerables libros publicados en aquella
época en diversos países.
No se ha escrito todavía la historia del exilio chileno, pero no cabe duda
que significó una herida más para miles de compatriotas que vieron sus vidas
truncadas por una historia trágica. Muchos de los anhelos de nuestra sociedad de
hoy se lo debemos a los aportes de chilenos que regresaron al país, al triste
aprendizaje del exilio que viene a enriquecer en la actualidad las demandas
democráticas de una mayoría de chilenos. No obstante, es cierto que muchos no
regresarán porque han constituido su destino en otras latitudes y deberán vivir
con el recuerdo triste del golpe de estado que cambio sus vidas para siempre y
la nostalgia sempiterna por la tierra que los vio nacer. Por ello Shakespeare
denominaba al exilio, de modo figurado, como “el otro nombre de la
muerte”
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