“ Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. . . ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!... “
1.- Salvador Allende: Tengo fe en Chile y su destino
El presidente Salvador Allende se dirige por última vez al país a las 9:10 AM
del once de septiembre de 1973, lo hace a través de “Radio Magallanes” que sería
bombardeada minutos más tarde. Como arrancadas de una tragedia griega, sus
palabras pasarán a la historia tal y como las concibió Allende, es decir, como
una “lección moral”: “ Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su
destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la
traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que
tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre,
para construir una sociedad mejor. . . ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los
trabajadores!... “
La figura de Salvador Allende, y con ella todo el conglomerado de la Unidad
Popular, era la expresión de una cierta “modernidad política” que se
había inaugurado tempranamente con la irrupción de los primeros partidos obreros
(1922) y la primera transmisión radial ese mismo año. Hay una relación evidente
entre el desarrollo de la radio y el ascenso de las luchas populares, pues, en
cuanto medio masivo de comunicación, capaz de quebrar el monopolio de la palabra
impresa, incorpora, por primera vez en la historia humana, a los analfabetos. La
radio restituye la oralidad allí donde la aristocrática lecto escritura señalaba
una frontera social y cultural.
Por ello, no parece, en absoluto, casual que las últimas palabras de Allende
hayan sido proferidas, precisamente, a través de las ondas radiales. Con su
último discurso se cerraba todo un capítulo de la cultura y la política en
nuestro país. Salvador Allende se dirige en sus últimos discursos a los
trabajadores, a las mujeres y a los jóvenes, sabiendo que su voz se instalaba,
ya para siempre, en el imaginario histórico social de un pueblo entero. En este
sentido, se trata de un discurso profundamente lúcido, en tanto entiende que no
se trata de un sacrificio en vano, sino de un acto histórico y político que
anuda un tiempo futuro con ese trágico presente que será para las nuevas
generaciones un presente diferido. Se advierte aquí una sutileza, al afirmar que
le anima una fe en Chile y su “destino”, literalmente confina la acción
de la junta militar a los estrechos límites de su presente.
Las últimas palabras de Allende acusan explícitamente a la junta militar de
los sublevados. Las palabras son definitivas y absolutas: felonía, cobardía y
traición. Esta denuncia del presidente Allende es, en efecto, el castigo moral
que como la marca de Caín llevaran consigo estos uniformados durante el resto de
su existencia. Finalmente, la acusación de Salvador Allende recae sobre un
sector de la sociedad chilena que renuncia a la democracia en defensa de sus
privilegios: “ Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi
sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una
lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
2.- Augusto Pinochet: ¡Las Cámaras quedarán en receso hasta nueva orden!
El general Augusto Pinochet es el rostro de una junta militar que llega con
el estigma de haber asaltado el poder. Las primeras declaraciones del dictador
se transmiten por televisión en blanco y negro, indicando que una nueva etapa
comenzaba. Entre las primeras medidas de la junta militar se consigna el receso
obligado de toda actividad política en el país, incluidas ambas Cámaras del
poder legislativo.
El golpe militar en Chile, como está muy bien documentado, fue financiado y
preparado desde Washington como parte de su estrategia mundial de Guerra
Fría que ese mismo año incluía el retiro de Saigón. De hecho, durante los
sucesos del mismo once de septiembre, varios navíos estadounidenses estaban en
las inmediaciones de Valparaíso, como parte de la operación UNITAS. Recordemos
que fue en este puerto donde comenzó el alzamiento militar.
La figura de Augusto Pinochet es aquella del antagonista, aquella del general
que traiciona la confianza que había depositado el presidente Allende en su
comandante en jefe, un archivillano arrancado de una antología de terror. Si la
estatura de su “traición” ya lo instala en el fango de lo deleznable, las
atrocidades que siguieron a su ascenso al poder, decenas de miles que fueron
víctimas de asesinatos y torturas, solo ratifica su perfil: uno de los grandes
criminales de la historia.
En algún momento, sus seguidores de extrema derecha quisieron compararlo con
el héroe de la independencia Bernardo O’Higgins. Se llegó al ridículo de que
fuese el mismo dictador quien se auto proclamó “Director General”, usurpando
para sí el título del libertador de Chile. Lo grotesco del argumento es que
lejos de la austeridad y patriotismo de O’Higgins, Augusto Pinochet se
enriqueció en el poder y al momento de su muerte le sobrevivieron suculentas
cuentas bancarias en el extranjero.
Augusto Pinochet pasa a la historia como otro dictador latinoamericano que
arrastró a las fuerzas armadas a traicionar a un gobierno constitucional para
servir los intereses de una potencia extranjera, alejándolas de todo patriotismo
para convertirlas en verdugos de su propio pueblo. La derecha ha convertido a
los uniformados, hasta el presente, en garante de sus privilegios e instrumento
represivo de sus compatriotas. Todavía resuenan los ecos de hace cuarenta años,
la voz de Allende dirigida a su pueblo: “ Me dirijo al hombre de Chile, al
obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque
en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los
atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas,
destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes
tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los
juzgará”.
3.- Pinochet y la derecha hoy
La muerte del dictador fue una muerte impune para vergüenza de nuestras
instituciones y del gobierno de Eduardo Frei Ruiz Tagle y su canciller José
Miguel Insulza, actual secretario general de la OEA. La muerte del nonagenario
dictador fue el punto de partida para un “pinochetismo sin Pinochet”
Todos los cómplices, civiles y uniformados, activos y en retiro, se han
atrincherado en partidos de derecha, disfrazados de demócratas y los más
descarados en organizaciones fantasmas que lucran con el pretexto de
salvaguardar “lo obra” del extinto general.
Lo cierto es que “la obra” del dictador sigue en pie y se llama Carta
Constitucional, de ella deriva todo el andamiaje político institucional que
legitima el orden económico neoliberal en el llamado “modelo chileno” Hasta la
fecha, los partidos de derechas han actuado en defensa de los intereses
empresariales, impidiendo reformas sustantivas a un modelo que hace posible una
distorsión de la voluntad popular en cada elección, la entrega de las riquezas
básicas del país a capitales extranjeros y el enriquecimiento de una minoría en
desmedro de sueldos miserables para los más.
La herencia de la dictadura se respira con fuerza en La Moneda y se llama
autoritarismo. Su expresión es la represión a los movimientos estudiantiles o a
las luchas del pueblo mapuche, entre otros. A cuarenta años de aquel fatídico
once de septiembre, el pueblo chileno no ha recuperado una democracia digna de
tal nombre. A cuarenta años del golpe de estado, muchos de los criminales de
entonces siguen impunes, llegando a la desvergüenza de rendirle homenajes a
Augusto Pinochet como burla a las víctimas sobrevivientes, todo esto con la
anuencia de un gobierno que posa de demócrata liberal.
El “pinochetismo sin Pinochet” es el rostro hipócrita de los candidatos de la
derecha que medran de las dádivas empresariales para reciclar un modelo tan
arcaico como injusto. La derecha aspira a seguir jugando con su baraja marcada,
para ello propone nuevos rostros cuyas sonrisas no logran disimular la mueca de
codicia y desdén hacia un pueblo que anhela nuevos rumbos. Tal como lo
advirtiera Allende hace cuarenta años “…en nuestro país el fascismo ya estuvo
hace muchas horas presente…”, y persiste como una peste entre nosotros, como una
simulación de democracia y como una amenaza muy real.
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