jueves, 19 de enero de 2012

LOS MUROS DEL MIEDO

       Nunca como en este comienzo de siglo se habló tanto de tolerancia, de diálogo intercultural, de intercambio entre los pueblos. Sin embargo, casi por todos lados se levantan nuevos muros: en Bagdad, en Cisjordania, en Padua (Italia), en Botswana, como ayer en Cuincy (Francia), en Usti nad Labem (República Checa), etc. Sin olvidar los muros virtuales de la Web, que requieren un código para franquear el portal... Los muros separan más de lo que protegen, siempre existen brechas o armas sofisticadas que permiten pasarlos, pero eso no impide que su número siga aumentando, como si resultaran más indestructibles simbólicamente de lo que son vulnerables materialmente.


(...) La existencia de un muro nos remite ante todo al miedo y al repliegue: me encierro para no exponerme al Otro, a quien no entiendo y con quien no quiero encontrarme. El muro parece una medida preventiva, como ocurre en los gated communities (barrios cerrados) que se rodean de fosos con plantas o más autoritariamente de alambrados, y a los que se accede por una sola puerta custodiada por hombres armados. Sus habitantes temen frecuentar otros sectores de la población y seleccionan sus relaciones por medio de una urbanización discriminatoria: los de mi enclave residencial dotado de seguridad, y los otros. A la entrada del barrio privado hay que identificarse, tanto quien va a entregar una pizza como quien llega para cenar en casa de amigos. Ese sentimiento de aislamiento casi sanitario está muy extendido, de Los Ángeles a Río de Janeiro, de Buenos Aires a Estambul, de Varsovia a Moscú, de Shanghai a Bombay, de la periferia de Toulouse a la de París.

(...)El resultado no es muy convincente. ¿Por qué? Por que un “todo” no siempre puede ser reducido a sus “partes”. Está siempre más allá e integra los huecos, las argamasas, las combinaciones híbridas, las contradicciones explícitas o sordas, las separaciones de otro tipo que geográficas, etc. En ese caso, el muro expresa la incomprensión, la separación, la segregación. Entonces, es visto como algo violento, un impedimento a la paz, como en Belfast, donde los peacelines marcan una frontera imposible. Esta debe resultar necesariamente de un acuerdo, es decir de una negociación que nunca puede conducirse a la distancia.

(...) La imagen del muro es evidente: el miedo del otro. Hablamos, por supuesto, de un muro a escala de un barrio o de un territorio –no del que limita el jardín de una casa– del muro que divide, opone, agrede. Genera una ilusoria sensación de poderío y demora la solución de los conflictos, dificulta el diálogo y la más elemental cortesía. El que construye un muro es un contaminador de humanidad. Y ni siquiera imagina que el muro, todos los muros, sugieren la libertad, y llaman al viaje, a la aventura. ¡Salten el muro! 


De Le Monde Diplomatique edición española. Octubre 2006 (P-32).

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