miércoles, 4 de enero de 2012

VIVIR CON LOS ARABES




El 9 de agosto de 1903, el conde Serge de Witte, ministro de Economía del zar Nicolás II, explicaba dulzonamente al periodista vienés Theodor Herzl, quien venía a demostrarle que el Emperador ortodoxo debía apoyar la aplicación de la doctrina del sionismo político (que Herzl acababa de fundar): "Yo solía decir al pobre emperador Alejandro III: ‘Majestad, si fuera posible ahogar en el Mar Negro a seis o siete millones de judíos, me sentiría realmente satisfecho. Pero eso no es posible. ¡Así que tenemos que dejarlos vivir!'". Otros hallaron las posibilidades técnicas de las que carecían los antisemitas rusos. Pero ni siquiera eso les sirvió de mucho, en definitiva. Tal vez haya alguna conclusión que sacar, pese a todo, de la resignación del barón ruso.(....)

Y además, supongamos que el conflicto estalla y que Israel sale vencedor. ¿Qué hacer con los árabes? Volvamos al conde de Witte. ¿Es posible ahogarlos en el Mar Rojo? ¿Mantenerlos bajo la administración directa de Israel? Más imposible todavía. ¿Instalar por todas partes regímenes pro-israelíes? Nadie duda, y menos aun los israelíes, que serían regímenes títeres sacudidos por revueltas, presas de una guerrilla incesante. Otra solución inaplicable.
O sea que hay que vivir con los árabes, de buena o mala gana. Y con los árabes no resignados. ¿Cómo hacer entonces?

Tal vez haya una sola posibilidad, así sea mínima, fuera de este atolladero donde se precipitaron los sionistas como los mercenarios de Cartago en el desfiladero del Hacha. Se trata de ofrecer a los árabes negociar, no como se viene haciendo hace veinte años, sobre la base de la aceptación lisa y llana del hecho consumado en su perjuicio, sino proclamando en principio la voluntad de hacerles justicia, de reparar el daño que se les ha causado. Este es, pienso yo, el único lenguaje que tiene alguna posibilidad de ser aceptado por la otra parte. El único lenguaje que tal vez pueda provocar en el otro ese reconocimiento tan esperado del hecho nacional israelí, logrado ahora por los trabajos y los sufrimientos de estas últimas décadas, pero de ningún modo por el recuerdo de un mito de veinte siglos.

¿No puede recordarse a los zelotes de Israel y a sus amigos que fueron los sionistas quienes buscaron encarnizadamente el acuerdo de las potencias europeas desde el tiempo de Herzl? Pidieron ayuda al zar, al sultán, al papa, a Inglaterra. Digan lo que digan, su instalación no se habría realizado sin la declaración Balfour, acto político británico, sin la decisión de partición de la ONU de 1947, acto político soviético-estadounidense.


Estamos en 1967. Sería hora de buscar el acuerdo de los árabes, a quienes fue quitada esta tierra. No de árabes míticos, de árabes anhelados, de árabes tales como se los querría, convertidos milagrosamente a las tesis israelíes gracias a las exhortaciones de los pro-sionistas del mundo, a las lecciones de los profesores de moral, a la lectura del Antiguo Testamento o de los clásicos del marxismo-leninismo. El acuerdo de los árabes tal cual son, que se niegan a aceptar sin contrapartida una conquista realizada en su perjuicio. Se puede lamentar que esto sea así. Pero sería sólo una manera de perder el tiempo.

Si existe una tradición de la historia judía, es la del suicidio colectivo. Les está permitido a los puros estetas admirar su cruda belleza. ¿Podremos recordar, como Jeremías a aquellos cuya política conduce a la destrucción del primer templo, como Johanán ben Zakkai a aquellos que causaron la ruina del tercero, que existe otro camino, por muy estrecho que la política pasada lo haya vuelto? ¿Podremos esperar que quienes se proclaman ante todo constructores y plantadores elijan ese camino de vida?


Ficha documental




Número de edición 105 - Julio 2004

Páginas: 32

Traducción: Patricia Minarrieta





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